En el año 1926, una joven de diecisiete años llamada Bhubaneswari Baduri se ahorca en casa de su padre, en Calcuta. Deja una nota en la que aclara su pertenencia a un grupo político de liberación nacional del que ha recibido el encargo de un asesinato político que no podrá llevar a cabo. Esa imposibilidad es la causa de su suicidio.
Bhubaneswari Baduri espera a tener la regla para quitarse la vida. Quiere mandar con ello un mensaje rotundo, más rotundo aún que sus palabras: el mensaje que emite su cuerpo demuestra que su suicidio no está relacionado con un embarazo ilegítimo.
Cuando su sobrina-nieta recoge esta historia, 40 años más tarde, todo lo que se recuerda de la Baduri es que se suicidó a causa de un embarazo ilegítimo.
Su sobrina-nieta se llama Gayatri Chakravorty Spivak y el texto que recoge esta historia será uno de los textos fundamentales de la filosofia del siglo XX. Se titula ¿Puede hablar el subalterno?
La voz política es una voz en diálogo con la realidad, es una propuesta de interlocución que se articula por infinitos canales: las asambleas, los libros, los podcasts, los memes o los vídeos de TikTok. La voz política es una voz pública, es una conversación con extraños, con ajenos.
La voz íntima es asimismo política, pero su intimidad la reconocemos como un espacio cargado políticamente y la reivindicamos por haber sido excluida de la concepción de lo político. Aquella que denominamos voz política nace con una intención concreta, y precisa, pues, el espacio de la interlocución necesita la escucha y la respuesta en diálogo para funcionar, para ejecutarse.
Los espacios políticos de los lugares intervenidos por la modernidad (sean una asamblea, un libro, un podcast, un meme o un vídeo en TikTok) están capturados por las formas concretas (de la élite), y son herméticos a cualquier otra ofrma. Y las disidencias dentro del sistema no consiguen romper con esa lógica, sino que la refuerzan, fortaleciendo, de paso, aquello que entenderemos por normalidad, por hegemonía.
Cualquier otro espacio político o cualquier otra voz política tiene que aprender esas formas para negociar con los espacios de disidencia (que vienen también representados por los libros, las asambleas, los podcasts, los memes y los vídeos de TikTok).
Sin duda, uno de los grandes éxitos del sistema es que las propias disidencias hagan el trabajo sucio de disciplinar aquellos espacios que quedaron fuera.
Cuando Gayatri Chakravorty Spivak publicó ese libro por primera vez en 1988, hubo mucho revuelo pues en el texto se respondía que no, que el subalterno no puede hablar porque esa imposibilidad es la condición misma de su subalternidad. Es decir, que si puede hablar ya no es subalterno.
La Spivak volvió sobre ese texto dos veces más y en 1993 publicó la versión definitiva en la que afirma que la contundencia de su frase "los subalternos no pueden hablar" vino dada por circunstancias contextuales y que fue un error escribirla así.
Buena parte del debate sobre su frase ponía en el centro de la cuestión la subalternidad: qué significa ser subalterna.
Entre los debates surgidos a raíz del texto, se señaló que la joven del relato no era una subalterna-subalterna por su pertenencia a la clase media india. Pero la cuestión interesante no era la subalternidad en términos absolutos de la Baduri o de cualquier otra persona, sino los procesos de subalternización de su voz política y esa tensión entre el espacio público de palabra como reducto único de la política en la modernidad y la condición subalterna.
Fragmento extraído del libro Lenguaje inclusivo y exclusión de clase de Brigitte Vasallo.
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