Farmacéutica, perfumista y especialista en fitoterapia, Begoña Imaz invita en Tradición silvestre (Larousse) a recuperar el vínculo perdido con la naturaleza a través de gestos cotidianos y de las celebraciones que marcan el ciclo del año. En esta entrevista nos habla de cómo la ciencia y la tradición pueden caminar de la mano, de por qué “vivir de espaldas a la naturaleza es como nadar a contracorriente” y de la importancia de transmitir a las nuevas generaciones el amor por nuestras raíces y por la tierra que habitamos.
En Tradición silvestre defines que “vivir de espaldas a la naturaleza es como nadar a contracorriente”. ¿Cuál fue el momento clave en tu vida que te hizo decidir volver a “fluir con la naturaleza”?
Desde niña me he sentido fascinada por el poder de curación de la naturaleza y por ello quise estudiar farmacia y especializarme en el empleo de las plantas medicinales. Algo que también siempre me ha apasionado es el mundo de los aromas y la capacidad que tienen para hacernos recordar e incluso modular nuestras emociones. El estrés del día a día y mis años en oficinas de farmacia atendiendo de cara al público, me han hecho darme cuenta de que algo no va bien en nuestra sociedad. Vivimos a un ritmo mucho más rápido del que podemos llegar a asumir. Recuerdo varios momentos, podemos decir que fue un sumatorio de momentos que, poco a poco, me llevaron a comprender que el único lugar en el que conseguía desconectar, encontrar refugio y calma y aparcar los problemas o verlos con mayor perspectiva, era la naturaleza.
El libro se estructura en torno a la Rueda del Año —ocho festividades vinculadas a solsticios, equinoccios y ciclos agrarios ancestrales—. ¿Cómo llegaste a esta organización y por qué crees que es relevante hoy en día?
La rueda del año podríamos decir que es un calendario que fue diseñado por los padres fundadores de la religión neopagana wicca a mediados del siglo XX. Esta “rueda” divide el año en 8 festividades que tienen su origen en antiguas celebraciones ligadas a los ciclos agrarios y estacionales que distintas culturas y pueblos, especialmente los celtas y otros pueblos del norte de Europa, celebraban antes de la llegada del cristianismo. Muchas de ellas, dado su gran arraigo, serían además adoptadas e incorporadas a nuestros calendarios litúrgicos.
Desde pequeña me sentí siempre muy atraída por estas antiguas culturas y, sobre todo, por su música tradicional. Siempre me ha gustado leer sobre su mitología y tradiciones, así que varias de las festividades relacionadas con los ciclos naturales que estos antiguos pueblos celebraban ya las conocía. Por otro lado, en mi tierra, el País Vasco, nuestras tradiciones, nuestro idioma y nuestra mitología poseen una fuerte ligazón con la naturaleza. Llegó un momento, en el que mi cabeza todo hizo “click” y me di cuenta de que todos celebrábamos lo mismo y en los mismos momentos del año, sólo que con nombres diferentes. Poco a poco empecé a leer más y más, y todo fue cogiendo una dimensión más amplia y global. Reflexionando, me di cuenta de que, lamentablemente, casi toda la literatura escrita sobre estos temas estaba en inglés y con un gran enfoque anglosajón. Los nombres, las recetas, los ingredientes… se me hacían algo lejanos y me daba cierta rabia porque aquí teníamos los nuestros propios igual de bonitos y valiosos y había que luchar por ellos. Esa fue la inspiración que me llevó a escribir “Tradición silvestre” - lograr hablar por primera vez de la “rueda del año” y de “celebrar la naturaleza” con un enfoque más nuestro, quizás más ligado a las antiguas culturas mediterráneas y a poner en valor las tradiciones de nuestros pueblos.

Eres farmacéutica y perfumista, además de especializada en fitoterapia y aromas. ¿Cómo se entrelazan esos conocimientos científicos con la dimensión espiritual y tradicional que presenta el libro?
En mi libro recojo la frase “volver a la naturaleza es volver al hogar”, algo que siento y creo firmemente. Los grandes avances que hemos logrado y a los que hemos de esta profundamente agradecidos, nos han ayudado a cubrir nuestras necesidades básicas (luz, agua, comida, electricidad), a mejorar nuestra calidad de vida, a curar y prevenir enfermedades y a muchas otras grandes cosas. Sin embargo, este giro de acontecimientos nos ha llevado a vivir en entornos cada vez más urbanos y digitales, reduciendo en gran medida nuestro “necesario” contacto con la naturaleza.
Fruto de esta “desconexión” natural, nuevos males comienzan a acecharnos: insomnio, ansiedad, depresión, estrés… Obviamente es un problema creciente y global que requiere de una solución que ha de llegar desde muchos ámbitos, pero algo en que sí podemos trabajar desde los entornos sanitarios es en “recetar” naturaleza: pasar tiempo en entornos naturales, al aire libre, baños de bosques, grounding… no supone un coste a nuestros servicios sanitarios y la lista de beneficios a nivel físico y mental que puede tener es enorme. Siempre he pensado que puede que haya algo en nuestra memoria colectiva como especie, de tal manera que cuando volvemos a la naturaleza la reconocemos como “casa” y nos sana. Además, nos hace sentir que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos, un gran engranaje que gira para y con nosotros. Ante esa sensación de inmensidad, los problemas se minimizan.
En el capítulo introductorio hablas de pequeñas prácticas domésticas: altares naturales, recolección de plantas medicinales, recetas de temporada. Para alguien que vive en ciudad y con poco tiempo, ¿qué sugerencia sencilla le darías para “volver” a esta tradición silvestre?
Cuando estaba escribiendo el libro, éste fue un punto que me parecía especialmente importante: lograr compartir “pequeños gestos” o “pequeñas acciones” accesibles y aptas para todos los públicos. Muchos libros de esta temática a mí se me van “de madre”, no sólo a nivel de creencias pues están demasiado ligados a la brujería o a determinadas creencias, sino también en cuanto a ritualística e, incluso, las recetas de cocina que proponen, pues éstas son demasiado complicadas y elaboradas. Todo tenía que ser más sencillo para que pudiéramos incorporarlo fácilmente en nuestras rutinas: salir a pasear y observar la naturaleza, decorar nuestro hogar con elementos naturales y consumir productos y plantas de temporada. A veces puede ser algo tan sencillo como sentarse en un parque de nuestra ciudad y observar, dar un paseo consciente por algún espacio verde, respirar y bajar revoluciones. Algo que a mí me ayuda mucho es acudir a algún sitio en el que podamos mirar al horizonte.
Muchas tradiciones ancestrales han sido olvidadas o reinterpretadas. ¿Cuál de ellas te sorprendió más investigar mientras escribías el libro, y por qué crees que merece volver a la conciencia colectiva?
Lamentablemente debido a la globalización y el ritmo frenético al que vivimos sometidos, muchas de nuestras más bellas tradiciones se están perdiendo. Me genera inquietud cuando oigo hablar a personas que viajan a lugares exóticos y lejanos y vuelven profundamente fascinados por los ritos y tradiciones de estos territorios, mientras desprecian o ignoran las de sus abuelos y antepasados.
Nuestros antepasados fueron aquellos que nos abrieron camino, que supieron vivir en la tierra que nosotros hoy habitamos y adaptarse a sus ritmos (estaciones, mareas, lluvias…). Somos lo que somos gracias a ellos y me gusta pensar que una parte de ellos siempre vivirá en nosotros y en todos aquellos que nos sobrevengan. En sus ritos, sus tradiciones y las cosas que ellos celebraban, sobrevive parte de nuestra esencia. Son un legado ancestral que nos hace únicos y que, a la vez, nos conecta a través del tiempo y del espacio. Una de las cosas que quizás diría que más me sorprendió es como antiguas civilizaciones que apenas tuvieron contacto entre sí y evolucionaron separadas por miles de kilómetros, celebraban estos mismos fenómenos y momentos del año natural con ritos similares y con igual relevancia. Algo que me gusta siempre matizar en todas mis charlas y cursos es que considero un error ver las tradiciones como algo rígido o estático, hemos de lograr alcanzar un equilibrio que permita conservar su esencia y significado y adaptarlas a los tiempos que corren.
En la sinopsis mencionas que este libro es válido “incluso si vivimos en el duro asfalto e independientemente de nuestras creencias”. ¿Cómo adaptas la propuesta a personas que quizá no se identifican con lo “esotérico”, pero sí buscan reconectar con la naturaleza?
Yo como científica siempre iré de la mano de la ciencia hasta donde ésta me lleve; sin embargo, en este camino siempre nos encontraremos con “cosas” que no podremos explicar y es ahí donde surgen todas las religiones que pretender ser un refugio y un consuelo para el alma intentando dar respuesta a todas esas preguntas que nos inquietan y que no podemos explicar. Tradición Silvestre es más simple y tangible que todo eso, no se necesita tener unas creencias determinadas, se fundamenta en la naturaleza que vemos y que somos. Hablamos de agradecer y de vivir en el aquí y en el ahora, respetando la naturaleza y entiéndenos como parte de ella.
En el libro se acercan prácticas bonitas para realizar y compartir en familia: recetas de cocina y de preparados medicinales, manualidades y rituales sencillos, pero no hechizos ni prácticas mágicas ni religiosas de ningún tipo. Me gusta matizar, por ejemplo, la diferencia entre ritual y hechizo. Los “rituales” son acciones basados en tradiciones o costumbres que han pasado de generación en generación y que tienen un gran valor simbólico para quien las realiza. Cualquier acción sencilla y cotidiana que se repita durante muchos años puede convertirse perfectamente en un ritual (un paseo, una receta de cocina, decoraciones…). En los rituales ponemos mucha intención y conciencia, disfrutamos o aprendemos al practicarlos, están llenos de elementos que escogen con cariño y cuidado: gestos, esencias, espacios, el momento…. El hechizo se diferencia del ritual en su intencionalidad, pretendemos lograr algo que nos permita alcanzar nuestros objetivos y eso ya es “harina de otro costal”.
¿Qué papel tienen los niños o la crianza en tu propuesta? ¿Cómo crees que esta mirada de tradición silvestre puede integrarse en la educación de las nuevas generaciones?
Todas nuestras más arraigadas tradiciones, ritos y leyendas se han transmitido fundamentalmente de padres a hijos. Si rompernos esta cadena, muchas de ellas se perderán. Explicar a nuestros pequeños el significado y origen de muchos elementos como las castañas o las calabazas de Halloween, los pollitos y las liebres de Pascua, el muérdago de Navidad… puede ayudar que los aprecien y entiendan y no los vean como algo comercial y carente de significado. Por otro lado, muchos de nuestros niños no disfrutan del campo y de la naturaleza como quizás hicimos nosotros. Es vital para ellos que compaginen el mundo digital en el que viven con ratos en la naturaleza. Nuestros niños son los que tomarán las decisiones que nos guiarán como sociedad el día de mañana. Tenemos que enseñarles a amar nuestra tierra, la naturaleza y nuestras tradiciones, todo ello es algo que ha de trabajarse a muchos niveles, pero el primero y más importante es en el seno del hogar. Cada vez hay más modelos educativos y pedagógicos que comprenden la importancia de todo esto que estamos hablando y que ya incorporan medidas y estrategias enfocadas en ello.
En la era digital y del ritmo acelerado, el libro propone “despertar tu versión más auténtica y silvestre”. ¿Qué crees que somos capaces de recuperar —individual y colectivamente— a través de ese retorno a la naturaleza?
Reconectar con la naturaleza, disfrutarla y celebrarla, además de los beneficios que tiene sobre nuestra salud física y emocional, nos puede ayudar a vivir con mayor arraigo, conciencia, equilibrio e intencionalidad. Hablamos de la “rueda” del año, pero quizás deberíamos mejor definir esta rueda natural como una “espiral” infinita. La naturaleza y nosotros transitamos todas estas etapas del año (primavera, otoño, invierno…) una y otra vez, pero nunca lo hacemos igual porque nosotros no somos los mismos. Es una rueda que avanza girando hacia adelante. En cada vuelta iremos sumando aprendizajes que nos harán crecer y evolucionar. Cada vuelta a la rueda nos da la oportunidad de mejorar, cambiar y avanzar y eso es algo que me resulta muy esperanzador.
¿Hay alguna estación del año o festividad de la Rueda del Año que sea tu favorita o en la que personalmente te sientas más conectada? ¿Y por qué?
Todas y cada una de las estaciones tienen su encanto y un profundo mensaje. Cuando consigues sincronizarte con sus ritmos y comprender que nos transmite la naturaleza en cada momento, se hace más difícil elegir uno. Sin embargo, diré que el otoño quizás sea la época del año en que considero que de manera más evidente vemos como los cambios en nuestro entorno nos afectan en nuestros biorritmos internos, por ejemplo, a veces con esa tan implacable “astenia otoñal”. La naturaleza se viste con sus colores ocultos antes de desnudarse ante nuestros ojos haciéndonos comprender con cada hoja que cae que es el momento de “agradecer y soltar” para prepararnos para descansar con la llegada del frio y liberar espacio para todo lo nuevo que está por llegar. Una festividad a la que le guardo especial cariño es a la que en el libro denominamos “Imbolc”. Imbolc celebra los primeros indicios del despertar de la tierra en medio de la oscuridad y los fríos invernales. En mi tierra, el País Vasco, coincidiendo con Santa Águeda (5 de febrero), tenemos la ancestral tradición de golpear el suelo con “makilak” (bastones) como una llamada a la tierra para que comience a despertar mientras le cantamos. Cada año disfruto mucho de esta bella tradición.

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